
Canadá
Este proyecto, también ubicado en Madrid, cuenta con más de cuatro décadas de paladares satisfechos. El chef Paco Quirós, que abrió Cañadío con 21 años, ha conseguido en este restaurante, ubicado en el barrio de Puertochico, un consenso entre la cocina tradicional cántabra y la innovación. Este respeto por el terruño y la materia prima con un toque de autenticidad le ha valido una recomendación en la Guía Michelin y dos Soles Repsol.
Para unos, un bar de tapas, para otros un acogedor comedor en la entreplanta o incluso un dormitorio más moderno. Lo importante es, más allá de los espacios, lo que se sirve en sus platos, y sin duda hay algunos que tienen muy buena reputación, como su tortilla de patata o su tarta de queso. Más allá de estos, otros platos emblemáticos como el pudín de cabracho, los calamares o la torta de puerros y gambas no pueden faltar en una visita a Cañadío.

Agua salada
Uno de los restaurantes más queridos de la ciudad, tanto por sus habitantes como por quienes lo visitan, es Agua Salada, con Carlos García en la cocina. Su aire de bistró francés, con su mármol y sus detalles, revela una especie de lujo relajado y antiguo lo que ya se deja notar en una carta donde la suerte de las medias raciones es una realidad que se ha impuesto como Bib Gourmand en la Guía Michelin.
Los productos de temporada y sus guiños internacionales se encuentran en preparaciones como el helado de mostaza inglesa o el salteado de verduras con leche de coco, manzanilla y café. Sin embargo, sus platos principales no olvidan la región en la que se elaboran, con buenos productos locales: salmón marinado en wasabi y naranja, raviolis de cigala, curry rojo con merluza y gambas o mollejas salteadas son buenos ejemplos.

cadelo
Nacho Laherrán merece elogios de los comensales más gastronómicos de la ciudad y de las guías más prestigiosas. Su cocina fusión se reparte en dos plantas en el animado barrio de Cañadío, famoso por su oferta de restauración, desde la que el chef viaja a países como México, Perú o Corea para aplicar técnicas a la altura de la calidad del producto cántabro que ofrece. . .
El reducido espacio de un puñado de mesas hace que la experiencia sea aún más exclusiva, dando como resultado una carta enfocada a compartir y degustar el mayor número de platos posible. Sus famosos buñuelos de bacalao con mayonesa de kimchee y huevos tobiko, el delicioso arroz con sobrasada o la crujiente lasaña coreana de woton con bechamel de queso de cabra y setas shiitake marinadas son solo una muestra de lo que ofrece este restaurante.

la casa judia
En una lista como esta no puede faltar uno de los grandes de la ciudad, que ha elevado su fama gastronómica hasta alcanzar dos estrellas Michelin, una de ellas verde: La Casona del Judío. “Un nuevo concepto de cocina tradicional” es el lema de Sergio Bastard, un joven cántabro que ha ganado varios premios por su cocina atlántica al borde de la zona más costera de Santander.
Con dos menús, gastronómico y gran gastronómico, los comensales viajan, en este caserío de estilo colonial del siglo XIX, a través de las influencias del mar para llegar a una fusión de texturas y culturas que se puede degustar en forma de preparaciones como la Salmuria, una anchoa salmuera. con los que elabora salsas y que constituyen el secreto de algunos de sus platos. Su huerta costera, su aprovechamiento de los recursos y su cuidado en la cocina son algunas de las cualidades que lo hacen muy recomendable.

Vermutería Solórzano
Responsable de gran parte del buen ambiente que se respira en la famosa y animada calle Peña Herbosa, no hay día en que la Vermutería Solórzano no tenga a un compatriota o a un visitante sentado en sus taburetes o apoyado en la barra esperando que alguien le llene la copa. con una de sus 140 referencias de vermú, acompañado de la tapa clásica imprescindible: la gilda.
Calamares, mejillones y bravas también vuelan de la cocina a las mesas en continuo tránsito. Fundado en 1941 como tienda de ultramarinos y bodega, el lugar se conserva como un viaje por el camino de la memoria en el que ciertos detalles, como el antiguo mostrador, que se convirtió en bar, quedan anclados en el pasado, desde donde siguen trayendo anchoas de Santoña. , pimientos a la plancha, tarta de queso, tarta de cabracho o caracoles de mar, para la suerte y el placer de vuestros invitados.

candela
Las antiguas Bodegas Puertochico ya huelen a humo, y no porque se quemaran, sino porque ahora, en su lugar, y desde hace menos de un año, la luz de las brasas es una más de las que iluminan Kandela, el nuevo local en la región donde el fuego es el rey de la cocina. Un ambiente oscuro de bistró, con luces íntimas y el calor de la cocina, inunda el local, al final del cual se abre al público el asador, junto a las neveras donde brillan las grandes piezas de carne antes de llegar a su destino final.
Pero los pescados y las verduras también tienen su hueco en las mesas, donde muchos entrantes abren la boca para degustar la punta de la parrilla que hace especial a Kandela, como el tomate del Cantábrico o los calamares. El simmental escocés, la rubia gallega y el frisón cántabro son las carnes que trabajan principalmente, aunque la estrella del local es el cebón tomahawk. Y para los que se preguntan: sí, hasta los postres son a la plancha.

la bomba
La Bombilla Taberna se construyó por primera vez en 1935. Antonio del Ojo y su mujer Bernardina Pérez aprovechan su proximidad a la lonja de Puertochico para ofrecer lo mejor del Cantábrico. La Bombi, como acaban de bautizarla sus habituales, crece y se hace famosa, y pronto las verduras, carnes y quesos del interior se suman a esos pescados y mariscos que la han convertido en uno de los lugares más emblemáticos de Santander.
Y en este podio, continúan. Su barra y comedor están siempre llenos -sobre todo en verano- y es uno de los lugares más famosos para degustar pescado en la ciudad. Compartir es vida, sobre todo con su carta donde elegir solo una cosa es prácticamente imposible: albóndigas de macho, lubina marinada, maganos encebollados, pimientos rellenos de marisco, salsa de cangrejo, jargos, rodaballo… Se puede pedir más, pero no mejor. .

la bodega riojana
No hay ciudad sin restaurante que pueda – o sea – un museo. En el caso de Santander, este papel lo encarna la Bodega el Riojano, uno de esos lugares que todo el mundo conoce y que es un centro cultural en sí mismo. El Museo Redondo se adivina entre vigas y luces, detrás y encima de las cabezas de los invitados, en cada una de las botas que pueblan sus paredes. Las tapas de las tinajas cuentan con pinturas de artistas que, a lo largo de los años, han querido dejar su huella en este emblemático e histórico lugar.
La carta es una oda a la merienda más tradicional de la ciudad. Desde el estofado de caracol, que no te puedes perder, hasta la Cecina d’Astorga, los boquerones, los boquerones, el pastel de cabracho, la morcilla o el ratatouille. Bucear en sus raciones de pescado y carne significa tener que decidir entre platos tan sabrosos como su bacalao a la piperrada, sus raviolis de rabo de vaca con hígado o sus incomparables albóndigas a la miel con patatas.

pan cucú
Tienes que cruzar a Suesa -o recorre la bahía de Santander- para probar este pequeño pueblo costero donde el imaginario rural no solo envuelve la cocina, sino que la invade. Pan de Cuco es sencillo y tradicional, y cada comensal crea su espacio: terraza, comedor y barra cambian la perspectiva de unos platos donde la sencillez, la tradición y el amor por el medio ambiente son los que dan mordisco al corazón de sus comensales.
Los toques personales de Álex Ortiz se asocian a nombres y apellidos, como los tomates de La Cachona o los pimientos rojos de Isla. Su ensalada o su arroz con pollo de Pedresa, sumado a su flan de queso, han hecho de este chef, aderezado en cocinas así del Cenador de Amós, ha posicionado a esta ciudad en las guías culinarias más conocidas del país.

primera vaca
El vecino de Pan de Cuco es Primera Vaca, que a escasos metros mezcla las largas praderas verdes y llanas con la tradición surfera del lugar en un ambiente minimalista pero con ese toque relajado de los que vienen a disfrutar de la cornisa cantábrica. . La ruralidad llevada a la cocina está representada por el propio chef, Carlos Crespo, que antes de meterse en los fogones trabajaba con las manos algo tan diferente como el ganado.
El gran horno de piedra, que se esconde tímidamente y sin éxito detrás de la barra, se encarga de dar el broche final al pequeño surtido de pizzas de la carta, que van desde las tradicionales hasta otras, como la Rafaela –crema de calabaza, mozzarella, rúcula… , mortadela de Bolonia, parmesano y pistachos, que marcan la diferencia. Todo con ingredientes locales, como su burrata “Biribil” o sus callos.
Leave a Reply